Trate de imaginar una persona sin esperanza. ¿Cómo sería ella? Seguramente sería una persona sin rostro, sin coraje, sin alegría, sin alma, por lo tanto una persona triste y sin vida. Ahora, trata de imaginar a una persona con esperanza. ¿Cómo sería ella? Seguramente sería una persona fuerte, con alma, coraje, decidida, por lo tanto una persona alegre y feliz.
Para comprender plenamente el poder de la esperanza en nuestras vidas, debemos, independientemente de la ideología, ser personas de fe. Cuando perdemos la fe, nubes oscuras de desesperación se ciernen sobre nuestras cabezas. En otras palabras, para quien no cree en Dios, la esperanza no es más que una mera ilusión, algo que nunca se logrará.
Es como una utopía para Eduardo Galeano. “La utopía está ahí en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos, y el horizonte corre diez pasos. Hasta donde camino, nunca llegaré. ¿Para qué sirve la utopía? Sirve para este propósito: para que no deje de caminar”.
Sin embargo, para los que tienen fe, para los que creen en Dios, la esperanza es para esto: para que nunca desmayemos; para que nunca dejemos de soñar. Sin esperanza, no somos nada. La esperanza es un sentimiento que hace la vida y las pasiones humanas más ligeras, más significativas. Es el campo propio de la creencia, ese impulso de una relación personal con lo sagrado como necesidad interior. Es esperanza genuina.
Además, ¿por qué perdemos tanto tiempo pegados a los males de la vida? ¿Por qué no hacemos nuestras vidas más felices? ¿Por qué no somos capaces de valorar lo mejor del ser humano? ¿Por qué el hombre de hoy está tan angustiado en lugar de tener esperanza? ¿Qué tal si dejamos a un lado nuestros miedos y fijamos la mirada más allá de la realidad, para imaginar otro mundo posible?
La importancia de la esperanza en nuestra vida es que limpia el desánimo que se aloja en el corazón humano y nos libra del sufrimiento humano, la tristeza y la angustia. Por los beneficios psicológicos y sociales que proporciona, la esperanza es el camino para acceder a la felicidad humana. No hay felicidad completa sin la certeza de que las cosas mejorarán. De este comportamiento esperanzador, surge también la tendencia natural del ser humano a creer en un futuro mejor, glorioso, lleno de logros.
Para ello, la educación de la esperanza debe incluirse entre los fines de la acción pedagógica, que presupone el conocimiento último de su modo de operar. Es decir, no hay esperanza egoísta. O los ganamos todos, o los perdemos todos. Por lo tanto, es necesario nutrirse de esperanza.
En una sociedad tan egoísta, tan consumista, tan capitalista, tan hedonista, tener esperanza es importante para que las personas lleven una vida menos conflictiva. Con ella, el ser humano tiene una visión del mundo más positivamente ampliada. Sin embargo, es fundamental que seamos más humanistas, para que podamos seguir nuestro camino más ligeros, felices y plenos.
Para el filósofo Mario Sergio Cortella, “Lo más importante en la vida, cuando no tenemos nada más, es la esperanza, pero tiene que ser la esperanza del verbo to hope, que significa no rendirse, y no la esperanza del verbo to wait, esto no es esperanza, pero esperanza”. La desesperanza hace que todo sea difícil, independientemente de la creencia.
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Finalmente, contrariamente a lo que imagina el sentido común, la esperanza no es la última en morir. La esperanza, siendo esperanza, nunca muere. Quien tiene esperanza sabe que un día pasará la tormenta y cesará el llanto; que se vence el miedo, y llega la confianza; el que se humilla será enaltecido; y el que tiene fe, tiene a Dios; y el que tiene a Dios lo tiene todo.
